lunes, 6 de febrero de 2012

Consumismo

Antecedentes históricos de la moda

La moda es un sistema original de regulación y de presión social y se impone de manera más o menos obligada a un medio social de terminado. Los decretos de la moda consiguen expandirse gracias al deseo de los individuos de parecerse a aquellos a quienes se juzga superiores, a aquellos que irradian prestigio y rango. En la base misma de la difusión de la moda se halla el mimetismo del deseo y de los comportamientos; mimetismo que se propagó esencialmente  de arriba abajo, del superior al inferior (G. De Tarde). De tal manera, que mientras la corte tenía la mirada puesta en el rey y los grandes señores, la ciudad tomaba ejemplo de los modelos en vigor entre la corte y la nobleza. La difusión de la moda ha sido un instrumento de representación y de afirmación sociales, un signo de pretensión social.
La expansión social de la moda no ganó de forma inmediata a las clases inferiores. Durante siglos el vestido respetó globalmente la jerarquía de las condiciones: cada condición llevaba el traje que le era propio; los edictos suntuarios prohibían a las clases plebeyas vestirse como los nobles, exhibir las mismas telas, los mismos accesorios y joyas.
No obstante a partir de los siglos XIII y XIV, con el desarrollo del comercio y los bancos, se constituyen inmensas fortunas burguesas y a parece el nuevo rico de ritmo de vida fastuoso, que se vestía como los nobles, se cubría de joyas y telas preciosas y rivalizaba en elegancia con la nobleza de rango. Al mismo tiempo, se multiplicaban las leyes suntuarias en Italia, Francia y España y tenía como finalidad proteger las industrias nacionales, impedir el “despilfarro” de metales escasos y piedras preciosas; pero también imponer la distinción que devolvía a cada uno a su lugar y su condición en el orden jerárquico.
La confusión aumenta en los siglos XVI y XVII, cuando la moda se extiende a las nuevas capas sociales y penetra en la mediana y pequeña burguesía, abogados y pequeños comerciantes; quienes adoptarían las telas, peinados, encajes y bordados.  En vista de eso, durante muchos siglos se impusieron leyes y multas que prohibían a las clases plebeyas imitar a las clases nobles; sin embargo, estas nunca fueron eficaces y a menudo fueron transgredidas. Así pues, en 1793 se impone el Decreto de la Convención que declaraba el principio democrático de la libertad indumentaria.
La moda considerada como instrumento de igualdad de condiciones descompuso el principio de la igualdad indumentaria, minó los comportamientos y valores tradicionalistas en beneficio de la sed de novedades y del derecho implícito al “buen aspecto” y a las frivolidades.

G. LIPOVETSKY. El Imperio de lo efímero. Editorial Anagrama, Barcelona 2009